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El primer síntoma de la rosácea es el eritema de la piel del rostro. Asimismo puede aparecer quemazón o dolor punzante en la piel. A continuación las manchas rosadas de la cara se extienden por lo general desde la nariz lateralmente hacia las mejillas y hacia arriba y abajo, hasta la frente y la barbilla.
Por lo común la rosácea cursa de manera crónica y en fases. Es habitual que el eritema cutáneo vaya acompañado de una ligera descamación y de la dilatación de los vasos sanguíneos superficiales de forma permanente (teleangiectasias). Más adelante pueden surgir brotes en los que aparecen pústulas, pápulas (nódulos) e hinchazón por acumulación de líquidos (edemas), y la piel se torna más gruesa y áspera. En casos graves la enfermedad puede extenderse a las orejas, el cuello y el pecho. Al contrario que el acné, la rosácea no presenta espinillas (comedones). Si estos aparecen, puede tratarse de una forma mixta de ambas afecciones.
En algunos casos la rosácea afecta también a los ojos. Los pacientes experimentan una sensación de cuerpo extraño en el ojo, quemazón, dilatación de los vasos sanguíneos e inflamación del párpado superior y de la conjuntiva (blefaroconjuntivitis o conjuntivitis). La hiperplasia de las glándulas sebáceas en la piel de la nariz deriva en algunas personas, sobre todo hombres de mediana edad, en la aparición de la llamada nariz bulbosa (rinofima).
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